Conocí sin querer a Zaza una apacible noche del verano georgiano. Yo perdía mi tiempo y él buscaba alguien con quien hablar. Me di cuenta enseguida de que disfrutaba de mi compañia y creí estar siendo generoso al brindarsela, no sabía que no tardaría en quedar en deuda con él.
Llegué a Liberty Square siguiendo a una familia con la que había cruzado el puente peatonal sobre el rio Kura y remontaba la avenida con banderas colgadas en la espalda. Sabía de las recientes y masivas manifestaciones contra leyes que el parlamento había estado tratando y quería presenciar una. Eso no fué lo que encontré. Lo que unía a los habitantes de Tbilisi aquella noche no era el espanto sino el amor a su identidad nacional a la que muchos se aferran como posicionamiento político de oposición a la influencia de su gran vecino del norte, Rusia. Decenas de miles llenaban la plaza principal de la ciudad para recibir al seleccionado nacional de fútbol que por primera vez había alcanzado los cuartos de final de una Eurocopa.
Algo decepcionado, miraba distraídamente las pantallas que anunciaban el inminente arribo del equipo mientras los estandartes con cruces rojas seguían llegando. De repente, entre el murmullo de palabras georgianas, escuché una voz que hablaba inglés: “may you have a coin?” oí antes de ver. Busqué con la mirada y vi a un señor calvo y de pelo gris que preguntaba debajo de la línea de visión a las pantallas. “No, sorry” mentí sin pensar.
“Are you looking for a street or something?” retrucó. “No, I’m ok, thanks” esta vez no mentí, nunca es bueno necesitar nada de nadie cuando estás lejos de casa. “Where are you from?” disparó sin esperar a que termine. “Argentina” dije sin entusiasmo. “Ohh habla español” exclamó con una sonrisa. Me animó la familiaridad del idioma, pero él sin advertencia alguna siguió hablando en italiano como si fueran la misma lengua. Me explicó que solo hablaba algunas palabras de español pero que tenía un vecino, un anciano que alguna vez había estudiado el idioma. Tenía la cara iluminada como siempre que encuentra alguien en la calle con quien hablar. A partir de ese momento me habló indistintamente en italiano e inglés.
“Ti piace il calcio?” preguntó. Casi sin esperar respuesta dijo “it’s stupid”. Me gustó el coraje con el que enarboló una opinión tan minoritaria en medio de la multitud de la plaza. Encendió mi curiosidad y quise saber más de él: “Do you want to go for a kebab?” ofrecí. “No, maybe I’ll have a beer later” contestó por primera vez con timidez. “Ok, let’s go to grab one from the store” invité y empezamos a caminar hacia el río dejando la plaza llena de gente atrás. Demoramos la llegada al río porque Zaza deja de caminar cuando comienza algunas frases. Cuando nos despedimos aquella noche en una estación de subterráneo me regaló una tarjeta para que pudiera viajar en metro. Ya estaba en deuda.
Su talento para los idiomas es prodigioso, me deslumbró. Lo vi y escuché hablar Georgiano, Ruso, Alemán, Árabe, Persa, Italiano, Francés e Inglés con los extranjeros que deambulan por la ciudad. De esa manera se divierte, hace amigos y ocasionalmente consigue trabajos como intérprete. Le gusta adivinar de dónde viene la gente por su aspecto, solo a veces acierta pero siempre se alegra de iniciar una conversación con extraños. Presta gran atención a cada sonido del habla, creo que esas uno de los secretos de su extraordinaria capacidad políglota. Más de una vez debí explicarle el por qué del famoso sonido ‘sh’ que usamos los criados en el Río de la Plata. Para su disgusto casi siempre lo llamo ‘Sasa’: cuando no estoy pensando en cómo mover mi lengua me es difícil pronunciar la Z. A veces fantasea con ser intérprete de turistas árabes y recibir jugosos pagos en petro-dólares aunque la realidad suele ser algo más decepcionante.
Zaza me mostró algo que no podría haber descubierto solo. La ciudad en la que, salvo por interrupciones como sus estudios en Alemania oriental y el servicio militar en la Rusia soviética, vive desde que nació. Su lado de tbilisi se compone de turistas norteamericanos viviendo permanentemente en hostels, georgianos sin techo, falsos músicos callejeros como aquel que sostiene una guitarra pero nunca toca, mozos árabes e indios, inmigrantes rusos, jubilados obsesionados con el sexo que miran la tarde caer en la plaza central y al viejo Vladimir que estudió español en los tiempos de la URSS para comunicarse con Cuba. Con todos me presentó como su amigo de la Argentina.
Creo que por alguna razón me gané algo de su afecto y su confianza. Un dia, cuando visitabamos Gori, el pueblo natal de Stalin, me dijo algo que me alegró y entristeció al mismo tiempo “Matias, stay here forever”. Poco tiempo después una pregunta disparatada me hizo estallar: “Did you know Maradona in person?” preguntó Zaza. “Not, why?” respondí con curiosidad. “Because you are an interesting person, you could had known him in person” dijo y comencé a reír.
Me confió viejas historias: sus épocas como estudiante, sus padres y algunos amores de juventud. Algunas estaban teñidas de frustración y tristeza y su relato trunco, al contarlas la tristeza parecía agobiarlo de nuevo y decía “basta, basta, finish” y cambiaba de tema o se quedaba en silencio antes de terminar. También me habló, a veces de manera compulsiva, de sus obsesiones de hoy.
Zaza tiene un lado oscuro, ¿quién no?. Pude entreverlo a través de su relatos. Él también lo sabe y es inteligente como para desconfiar de las ideas de ese lado de su mente. No siempre lo logra y a veces la fantasía toma el control. Mi desorbitado deseo fué querer hacer crecer esa desconfianza en él para que pudiera doblegar la locura, aunque sea por un momento, y pedir ayuda profesional. Por supuesto no pude lograrlo.
En nuestra despedida me dijo “Ciao amico, I hope you find your destiny, find your star”. No se que tan lejos quede mi destino, pero fue bueno encontrar a Zaza por el camino.
Leave a Reply